martes, 7 de enero de 2014

El Monasterio de El Paular

Siguiendo por la M-604 desde el pueblo de Rascafría hasta el Puerto de Cotos, descubrimos el imponente edifico de La Cartuja de El Paular. Amalgama de estilos gótico, renacentista, barroco y flamenco, fue declarado Monumento Nacional en 1876 y es sin duda una de las obras arquitectónicas mas relevantes de la Comunidad de Madrid.
Aunque el Valle del Lozoya fue habitado hace miles de años, como lo atestiguan los yacimientos de Pinilla del Valle, la historia de este monasterio no se inicia hasta 1390, cuando comienza la construcción de esta obra aneja a un antiguo pabellón de caza (citado ya por Alfonso XI en el Libro de la Montería como los palacios de El Pobolar) que hoy en día perdura como Ermita de Nuestra Señora de Montserrat.

Monasterio de El Paular

Juan I de Castilla, por mandato de su padre Enrique II, concede el privilegio de estas tierras a un grupo de monjes cartujos franceses. Estos religiosos cruzaron a finales del s.XVI el puerto del Rebentón (o Reventón) para tomar posesión. Esta concesión tiene su origen, según la leyenda, en un acto de arrepentimiento por parte de Enrique II, que tras una incursión por tierras galas, incendia y destruye un monasterio cartujo. Para limpiar su conciencia ya viendo que su hora se acercaba, donó estas tierras a esa orden monástica.
Cruzar el puerto del Rebentón, no es sencillo, ni ahora en pleno s.XXI, ni mucho menos en el s.XIV. Atravesar la Sierra del Guadarrama supuso siempre un gran obstáculo para quienes lo intentaron. La sombra de Peña Lara y Los Neveros son testigos del penoso transitar de este puñado de monjes desde La Granja hacia sus nuevas posesiones.
Lugar agreste y con abundante caza mayor, el valle de Lozoya pone el punto de partida al establecimiento de la Orden de los Cartujos en Castilla, que no abandonarían hasta la Desamortización de Mendizábal en 1835. El monasterio se convirtió en elemento vertebrador de todo el valle, y sobre éste giraba toda la vida de las gente que allí moraba: la explotación de los bosques, de los molinos y batanes, de la caza y de la pesca en el rio Lozoya.
La pequeña comunidad aquí instalada empezó a crecer y ya en el s.XV finalizan las obras de la Iglesia, rematadas con una esplendida portada y un exquisito retablo de alabastro policromado que representa 17 escenas bíblicas de gran detalle, obra de la escuela de Juan Guas (recientemente restaurado, los técnicos Patrimonio Nacional han sacando a la luz los verdaderos colores que fulguraban en el s.XV y que fueron cubiertos por hollín, cerumen y posteriores capas de pintura).
Esta riqueza denota el poder que fue adquiriendo la cartuja con el paso de los años, creciendo al abrigo de la orden Cartujana. La contemplación y el retiro espiritual fueron las señas de identidad de esta orden que caería en desgracia con la Ley de Desamortización.
A partir de 1834, los tesoros que albergaba esta abadía fueron dispersándose por toda la geografía nacional. Destacan sobremanera los 54 lienzos que fueron pintados en el s.XVII por Vicente Carducho, haciendo referencia a la vida y obra del fundador de la Orden, San Bruno de Colonia, y sus primeros seguidores. Estas enormes pinturas murales (de 3,45 metros de base por 3,15 de altura), fueron arrancadas de sus vanos y diseminadas por distintas instituciones y museos, desde Córdoba hasta La Coruña. Afortunadamente, y gracias a la labor que ha llevado el Museo del Prado, se han recuperado 52, que han vuelto a ser colocadas en su lugar original y de donde nunca debieron ser desmanteladas, ya que el sentido de la obra de Carducho no se entiende fuera de este contexto.
Durante los años siguientes a la desamortización, el monasterio terminó de ser saqueado, aprovechando los pocos enseres que los monjes cartujos habían abandonado, los zarzales, matorrales de diversa índole, así como plantas rastreras y trepadoras iniciaban la conquista de aquellos lugares, antes sacros y ahora decadentemente paganos.
A principios del s.XX, la abandonada Cartuja seria aposento de un grupo de jóvenes que atraídos por la montaña y por su mentor y maestro, acudían a cobijarse en estas ruinas. Justa, la guardesa de estos deteriorados muros, dio refugio a estos primeros excursionistas, alumnos de la Institución de Libre Enseñanza, en aquellas celdas que otrora servían de aposento a los monjes.
Al calor del fuego y de las pocas viandas que compartían, insignes naturalistas, entomólogos, geólogos y los alumnos de Giner de los Ríos, compartían experiencias y conocimientos. El monasterio servía de campamento base para las primeras excursiones con carácter naturalista de la comunidad de Madrid. Se estaban redescubriendo estos ignotos parajes: Peñalara, Loma del Noruego, Risco de los claveles, Laguna de los pájaros. La figura de Justa aparecía como ángel de la guarda, cuántas vidas habrá salvado dicha señora con sus viandas cuando en las tempestuosas cumbres adyacentes, azotadas por la ventisca y la niebla, algún protoexcursionista regresaba gélido y exhausto tras una dura jornada de investigación.
Ya en 1926 se inaugura la carretera de Cotos (o como antiguamente se la llamaba: Puerto de El Paular) a Rascafria, y en 1932 se abre la carretera de Miraflores de la Sierra (la antigua Porquerizas) a Rascafría. Con la apertura de estas vías de comunicación, el valle de Lozoya dejó de ser inaccesible (recordemos que para llegar hasta el monasterio, el excursionista que salía de Madrid debía tomar un tren que le llevase hasta Colmenar Viejo, de allí una diligencia hasta Miraflores, y posteriormente a pie o a caballo hasta Rascafria, ascendiendo y descendiendo el puerto de La Morcuera)
Entre 1948 y 1954 se inicia la recuperación de esta Cartuja. Con el tema de las comunicaciones ya resuelto, parte del monasterio pasa en 1948 en usufructo a los benedictinos "para instalar en él una abadía, con Colegio de vocaciones y Casa Central de formación monástica para toda España y Monasterios de Ultramar: Chile, Islas Filipinas y Australia" y otra parte, el llamado Pabellón de Caza y Palacio de Enrique III, pasa a formar el Hotel Santa María de El Paular.
Las inversiones en la zona, han supuesto la mejora sustancial del entorno, desde el Puente del Perdón hasta el carril bici que acompaña la carretera hasta el mismo monasterio. Todo ello realza el valor artístico e histórico de este enclave, Ideal para culminar una jornada entre fresnos, álamos y chopos. Disfrute y deleite de caminantes, desde su privilegiada posición se distinguen las más altas cumbres de la Sierra del Guadarrama y el valle de Lozoya, idílico refugio al abrigo de la naturaleza que se resiste a perder su identidad, marcada durante siglos por el monasterio cartujo de El Paular.

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