miércoles, 9 de mayo de 2012

El Puerto de Somosierra

Para muchos es sólo un puerto en el camino hacia el norte, para otros es un suplicio antes de degustar los asados segovianos de los domingos, pero para la mayoría es un desconocido que encierra en su pasado historias que merecen ser rescatadas del ostracismo.
Desde que se construyó el túnel de la autovía a finales de los años 80, Somosierra ha ido perdiendo paulatinamente la importancia que le concedía ser el último pueblo de la Comunidad de Madrid en la N-I. Las ventas, bares y hostales que ayudaban a los conductores a sobrellevar sus esforzadas rutas ya sólo son una sombra de los que llegaron a ser en los primeros años 80. Apenas un puñado de aventurados repostan en su gasolinera, otrora parada obligatoria antes del emprender el descenso hacia Aranda de Duero.

Puerto de Somosierra

En lo más alto del término municipal se sitúa Peña Cebollera o Pico de las Tres Provincias (2129 m), vértice de las provincias de Madrid, Segovia y Guadalajara. Su elevada altura y su privilegiada ubicación destacan en el paisaje serrano. El cordel que une a ésta con el Pico del Lobo (2273 m) suponía antaño un muro infranqueable de alturas superiores a 2000 m. Difícil labor la de los pastores dirigiendo sus rebaños en este entorno tan agreste gobernado por los fuertes vientos que azotan las cumbres, las copiosas nevadas y las furiosas ventiscas invernales. Hoy en día este singular paraje ha sido declarado Reserva Natural integrándose dentro del Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara.Muy destacable es también la cascada más alta de la Comunidad de Madrid, La Chorrera de los Lituertos, salto de agua producido por el caudal del Arroyo del Caño.
Escaso tránsito de vehículos el que vive hoy el puerto de Somosierra (1440 m). Los viajeros que hacen parada aquí apenas piensan en pasear por el pueblo, se limitan a tomar café en el bar más concurrido, y en el mejor de los casos para el hosterero, un menú de fin de semana. Sin embargo, merece la pena saber que hace más de 200 años tuvo lugar en este puerto uno de los hechos más importantes de la invasión napoleónica de la Península Ibérica.
En noviembre de 1808 las tropas de Napoleón se prestaban a cruzar el puerto para caer sobre Madrid y de esta manera poner punto y final a la recién inaugurada guerra de la Independencia. Guerrilleros, voluntarios y restos de un maltrecho ejército regular español aguardaba en las laderas del puerto para evitar que el Emperador cruzase por este punto. Varios cañones apostados y más de 10.000 defensores a la espera dela tan temida Grande Armeé.
Distribuidos por la ladera de la fría montaña, rezaban para que el francés desistiese de cruzar por este punto y buscase otros parias a los que enfrentarse, ojalá lejos de aquí. Casi 35.000 soldados franceses aguardaban el momento para tomar el puerto, bien equipados, con moderno armamento y con mantas suficientes para evitar que el acuciante frio calase sus huesos.
El Emperador, en su campamento situado en Cerezo de Arriba, se afanaba en resolver sus problemas en Europa y tenía que solventar este contratiempo. A las seis de la madrugada envía a su mariscal Víctor a tomar el puerto con la ayuda de la caballería polaca (tercer Escuadrón del Regimiento de Caballería Ligera Polaca). Cuenta la leyenda que Napoleón ordeno a los bravos jinetes polacos:
Polonais, prenez moi ces canons!” (Polacos tomen esos cañones)
A pesar de la dificultad de la misión y de la resistencia de su Estado Mayor, Napoleón lanzo a su vanguardia hacia la falda del puerto. La intensa niebla del momento ayudó a los jinetes (unos 150 caballeros polacos dirigidos por Jean Leon Kozietulski) en su avance sin que las posiciones patrias reaccionasen en un primer momento.
El ataque combinado de caballería primero y el posterior avance la infantería sumió en pánico y en desbandada la reacción del ejército regular español (liderado por el General Benito San Juan). Al término de esta batalla el mismísimo Napoleón ascendió al puerto para ver el feliz resultado del envite. Entre los restos de la refriega el emperador observó tendido en el suelo al teniente Niegolewski al que habían herido 11 veces durante el avance. Napoleón se quitó la medalla de la Legión de Honor que portaba y se la colgó al bravo teniente proclamando en voz alta que los polacos eran los soldados de caballería mas valientes de todo su ejército.
En virtud de este episodio, y a través de las pesquisas y del arduo trabajo de campo del párroco de Somosierra, D. José Medina Pintado, en 1993 fué colocada una placa conmemorativa en la Ermita de Ntra. Sra. de la Soledad, que recuerda la hazaña de estos aguerridos jinetes. Cada año se guarda un emotivo homenaje con el ofrecimiento de un ramo de flores que recuerda a los que hace mas de 200 años perdieron la vida en la batalla:
“A los héroes polacos de la Batalla de Somosierra del 30 de Noviembre de 1808”
Placa conmemorativa
El 4 de diciembre, Madrid capitulaba ante Napoleón. Somosierra había sido el último obstáculo que le separaba de la gloria y había sido solventado con éxito. Los supervivientes españoles huyeron en desbandada buscando recuperar la salud y la dignidad. Se les pudo ver merodeando por los alrededores de la capital como buscavidas, algunos enrolados en las partidas guerrilleras que se iban organizando y otros muchos emprendieron camino a Talavera de la Reina donde coincidieron de nuevo con el General Benito San Juan, aunque por poco tiempo, ya que el convaleciente general trató de reorganizar las tropas nuevamente, pero en esta ocasión algunos soldados hartos ya de la negligencia del general, se tomaron venganza y dieron alevosa muerte al otrora hombre de confianza de Godoy.
EL Puerto de Somosierra, tumba y cuna de luchadores, donde la valentía encontró reconocimiento de la mano de Napoleón, con la “legión de honor” entonces, con un ramo de flores ahora. No cabe duda que conocer este hecho cambiará la percepción del viajero, caminante o conductor que ya no solo ansiará el café reponedor de bar, sino que ahora observará la placa de grafía polaca que luce la fachada de la ermita e imaginará aquellos lares hace más de dos siglos escenario de un desigual enfrentamiento, con las altas cumbres de la Sierra del Guadarrama como testigos mudos, centinelas enhiestos de la singular batalla.

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