miércoles, 31 de octubre de 2012

Telegrafía óptica

Mis vagos recuerdos de la infancia me sitúan en el Puerto de Navacerrada, disfrutando de una jornada nival: bolas de nieva, pies mojados y un frío abrigo koreana. A pesar de las inclemencias el disfrute del día era de lo más completo. En pleno fragor de la batalla, una bola de nieve golpeó azarosamente a un enjuto señor que paseaba con su mujer por el camino de la Residencia del Ejército del Aire. “Disculpe, señor” me apresuré a decir, mientras el susodicho limpiaba su impecable abrigo gris de los restos del impacto níveo. Levantó la mirada y me espetó “A batallar al Telégrafo, mocoso”.
Telégrafo óptico de Cabeza Mediana

Pasados los años volví a recorrer la zona, esta vez en verano, para comprobar que la nieve no era la culpable de haber cubierto el Telégrafo, y que desde la perspectiva estival al menos encontraría a señor operario que lo maneja. Ni una cosa, ni otra, aquello era un paisaje desolado, las pistas de esquí habían dejado paso a unos terraplenes que se perdían en la espesura del bosque, el ajetreo de los alquileres de esquís, botas y bastones había cesado hace unos meses y la única maquina que observé fue los remontes ahora parados e imaginé que en oportuna revisión.De aquello que salió de su boca, lo del Telégrafo fue lo que más me caló, más incluso que el agua en las katiuskas verdes, o el hielo en las calcetas de lana. ¿Habría un señor con una máquina antigua por allí cerca? ¿Existía la maquina y necesitaban a alguien que la manejase? ¿Dónde estaba? ¿Para qué servía?
Ni rastro del telégrafo, sin embargo los carteles rezaban que allí estaba la pista del Telégrafo, intrigante y desconcertante. Un misterio que a mi corta edad seguía sin resolverse y que lentamente se diluyó en mi memoria.
No fue hasta hace poco cuando recorriendo los caminos me topé con lo que había sido el Telégrafo Óptico de Cabeza Mediana, en las proximidades de Moralzarzal y Collado Mediano. Este hallazgo removió mis recuerdos más escondidos y rescató de lo más profundo el episodio del telégrafo de Navacerrada. ¿Y si aquel lugar albergó otra torre como la que ahora contemplo?
Nada más llegar a casa me puse a investigar y buceé en la biblioteca para obtener información sobre las misteriosas torres ópticas que jalonaban antiguas rutas y caminos. Resulta que hubo un tiempo, quizás no muy lejano en el que no había teléfonos, ni móviles, ni faxes, ni siquiera buscas. En ese entorno, hablamos de finales del s.XVIII y principios de s.XIX, el medio para transmitir las noticias y los mensajes era a través del correo de postas. Este medio había funcionado desde tiempos inmemoriales: las cartas se llevaban a través de manderos (correos) que cambiaban de caballo en las diferentes postas que tenían previstas. Así lograban, de una manera bastante eficiente, llevar mensajes por toda Europa a lomos de las caballerizas.
Sin embargo el concepto de comunicación fue poco a poco sufriendo los empujes de la modernidad y no fue hasta finales del s.XVIII cuando surge en Francia el concepto de telegrafía óptica de la mano de Claude Chappe. Este ingeniero logró que la Asamblea Nacional Francesa aprobase su plan para conectar Paris y Lille mediante una red de torres que reproducirían mensajes cifrados. De esta forma en 1794 finaliza la obra, con 22 torres que salvan los 230 kilómetros que separaban ambas ciudades francesas, y se transmite el primer telegrama de la historia en menos de una hora.
Telégrafo Óptico de Chappé
Los brazos móviles de la parte superior de la torre generaban códigos que eran reproducidos por las siguientes torres.
Código alfabético de Chappé
Este hito unido a la necesidad de comunicación por parte de la emergente Francia revolucionaria, hace que Chappe saboree las mieles del éxito y Francia extienda la red de torres hasta cubrir 5000 km. Casi al mismo tiempo, su vecina y enemiga Inglaterra, gestaba su propio sistema de telegrafía uniendo Londres con los puertos del canal de la Mancha.
Mientras tanto en España, Agustín de Betancourt y Molina diseña junto con Abraham Louis Breguet un sistema de telegrafía mucho más simple y eficaz que el sistema de Chappe. Este diseño fue presentado en la Academia de Ciencias del Instituto de Francia en 1797, y a pesar de todas las ventajas sobre su antecesor fue inmediatamente desechado. Quizás debió tener algo que ver que el propio Chappe era el jefe de los telégrafos franceses y encargado de dar el visto bueno al ingenioso diseño de Betancourt.
De vuelta a Madrid, el diseño fue presentado a Carlos IV del que obtuvo la aprobación para la instalación de la telegrafía en España, corría el año 1799 y el extraordinario proyecto suponía conectar Madrid con Cádiz, pasando por Aranjuez. Finalmente el proyecto se llevó a cabo pero sólo llego hasta Aranjuez. Los problemas económicos que asolaban la Hacienda unido a las dificultades técnicas limitaron considerablemente la colosal obra inicialmente diseñada.
Desde 1800 hasta 1831 apenas hubo cambios en la red de telegrafía, y no fue hasta la aparición de Juan José Lerena y Barry que supuso un espaldarazo. Este marino liberal, defensor de Cádiz ante los Cien Mil Hijos de San Luis y exiliado a los Estados Unidos, ideó un novedoso sistema de telegrafía que servía tanto “de noche como de día y tanto por tierra como por mar”. En 1831 restituido de sus cargos y aun bajo el reinado de Fernando VII recibe el encargo de construir una red de telegrafía que uniría los Reales Sitios con Madrid.
La primera línea que construirá, basada en la antigua de Betancourt, es la de Aranjuez, con cuatro estaciones: Torre de los LujanesCerro de Los Ángeles, ambas en Madrid, Cerro de Espartinas en Valdemoro, y Monte Parnaso en Aranjuez.
Línea telégráfico-óptica Madrid-Aranjuez
En 1832, entra en funcionamiento la red que une Madrid y La Granja de San Ildefonso con estaciones en Hoyo de Manzanares y Puerto de Navacerrada.
En 1834 comenzó a funcionar la línea Madrid- Carabanchel Alto, San Ildefonso- Riofrio y se empieza a construir la línea Madrid- El Pardo.
El inicio de las guerras carlistas pone freno a este desarrollo y no será hasta 1843 cuando se retome la necesidad de avanzar en el plano de las comunicaciones. Es ese momento la telegrafía eléctrica ya estaba dando pasos hacia su imposición frente al modelo óptico. Sin embargo había varias dudas que se cernían en los nuevos gobernantes a la hora de implantar este modelo innovador.
La presencia de partidas carlistas que podrían sabotear la red de cableado, unido a lo accidentado de la orografía peninsular y al carácter poco emprendedor del ministerio de Gobernación facilitaron que la decisión recayera en el modelo de telegrafía óptica, plenamente implantado que con sus deficiencias seguía siendo el más seguro para las comunicaciones.
Don José María Mathé Aragua, discípulo de Lerena, fue el elegido en 1843 para un gran proyecto que pretendía unir todas las capitales de provincia con Madrid mediante su propio sistema de telegrafía óptica.
D. José María Mathé
Su particular sistema incluía instrucciones precisas para la ubicación de las torres, preferentemente al lado de los caminos para que el mantenimiento de las mismas fuese más efectivo, a una distancia que solía comprender entre 10 y 15 km, con una estructura en tres pisos a los que se accedía mediante una escalera de caracol, fácilmente defendible desde el interior. Se intentaban aprovechar estructuras existentes, de esta forma se evitaría la construcción de más torres y el consiguiente desembolso monetario.
En 1845 se puso la primera piedra a la línea de Castilla, que uniría Madrid – Irún y que constaba de 52 torres y que entró en funcionamiento en octubre de 1846.
En 1848 comenzó a construirse la línea de Madrid-La Jonquera que pasaba Aranjuez, Ocaña, Tarancón, Almansa, Valencia, Castellón, Peñíscola, Vinaroz, Tarragona, Barcelona, Gerona y Figueras. Aunque la línea que unía la capital con Valencia funcionó con cierta regularidad, no fue así en el caso de Valencia y Barcelona que no llegó funcionar.
En 1850 comenzó a funcionar la línea de Andalucía que comunicaba por media de 59 torres la capital gaditana con Madrid. En 1851 la línea llegó a Cádiz, posteriormente se construyó el ramal hacia San Fernando en 1853.
Telégrafo Óptico de Mathé
A pesar de las bondades del sistema ideado por Mathé, era obvio que el sistema pronto caería en desuso. La rápida implantación del sistema de telegrafía eléctrica en Europa, con sus excelentes resultados llevo a que en 1852 comenzase el tendido de cables para la construcción de una red de telegrafía eléctrica que uniese Madrid e Irún. Guadalajara, Zaragoza, Pamplona y Vitoria era lugares de paso de este nuevo modelo; postes de telegrafía adornarían campos y ciudades en pos de una comunicación más efectiva.
En 1855 llega la red hasta Irún. Comprobada su fiabilidad y su eficacia, ese mismo año se crea un plan nacional para el establecimiento de una red que cubriese todo el territorio. A mediados de 1855 dejó de funcionar la línea de Castilla y en 1857 toda la red creada por Mathé dejó paso a los nuevos tiempos.
Las torres fueron desmanteladas, y transferidas a la Guardia Civil quedando sólo para usos secundarios como torres vigía y almacenes.
Remonte del Alto del Telégrafo
De esta forma el telégrafo que coronaba el alto de Navacerrada fue desmontado. El frio, el viento y el abandono hicieron el resto. El recuerdo sólo queda en el nombre de una pista de esquí, ese que brotó de mi memoria para rescatar la historia de la telegrafía. Si no hubiese sido por el enjuto señor quizás hoy nada hubiese sabido de la historia que albergaba ese cerro, efímera como la nieve que lo cubre (cada vez menos).
Desde Senderisbook brindamos un homenaje a aquellos precursores y protoingenieros de telecomunicaciones que con la mirada puesta en el futuro entendieron que la sociedad tiene un pilar fundamental en la comunicación, ya sea mediante telégrafos, teléfonos, móviles, faxes, buscas o la mismísima web que tú, querido internauta, acabas de leer.

viernes, 26 de octubre de 2012

Atalayas de la Comunidad de Madrid

A menudo en nuestro caminar por sendas y veredas nos topamos de una forma más o menos fortuita con restos de antiguas edificaciones, testigos mudos del paso del hombre por esos lugares. La curiosidad y la intriga con la que nos acercamos a dichas ruinas se mezclan con el arte adivinatorio, y se hace indefectible elaborar teorías sobre lo qué pudo ser en su día. Simples cercados para el ganado pasan a ser castros celtas en nuestra imaginación, colmenares abandonados se convierten en granjas medievales y majanos pétreos en ricas tumbas visigodas. Sin embargo hay construcción evocadora por excelencia: las torres.
Atalaya del molar

De estas atalayas podemos decir que son estructuras cilíndricas de mampostería más o menos trabajada, asentadas en algún afloramiento rocoso, con un diámetro que oscila entre los cinco y seis metros y una altura de 12 o 13 metros. Los gruesos muros de metro y medio de ancho, dejan sólo un habitáculo de tres metros.Entre los ríos Guadarrama y Jarama se encuentran salpicadas varias de estas atalayas, construidas en el siglo X por Adb al Ramahman III tenían como objetivo el proteger los accesos a las medinas mas importantes como Magerit y Talamanca, amenazadas desde finales del s.IX por incursiones castellanas que cada vez presionaban mas desde el norte.
El acceso pequeño y en alto permitía resistir mejor un asalto del enemigo y a través de él se llegaba a una estancia y sobre ésta otras dos a las que se accedían mediante un hueco en suelo de madera. De una planta a otra se accedía con una escalera de mano, quizás la misma que servía para acceder por la abertura exterior. En estas estancias convivían los vigías encargados de dar alerta cuando fuese perceptivo encendiendo una hoguera en lo alto de la atalaya.
La privilegiada situación de las atalayas permitía formar una red que interrelacionaban entre ellas: El Vellón, El Berrueco, Venturada y Arrebatacapas (a las que habría que sumar las desaparecidas de El Molar y Torrelaguna) se encargaban de vigilar los ríos Jarama y Guadalix, mientras que Torrelodones y La Torrecilla, observaban el paso del rio Guadarrama.
· El Vellón: Se encuentra a la derecha de la carretera que une El Vellón con Talamanca del Jarama a través de El Espartal. Enlaza con las demás atalayas y la ciudad de Talamanca.
· El Berrueco: La mas septentrional , se sitúa entre El Berrueco y El Atazar, en una finca ganadera y vigila el acceso desde Somosierra a través del valle de Lozoya
· Venturada: Localizada en la entrada de la urbanización Cotos de Monterrey en la N-I, vigila la cabecera del rio Guadalix y su acceso desde los puntos más occidentales (como el puerto de la Fuenfria)
· Arrebatacapas: Sita entre la carretera local de Torrelaguna a El Berrueco, y vigila el paso por el arroyo de San Vicente. 
· El Molar: Recreada recientemente, estaba ubicada a un kilometro de El Molar en la antigua carretera de Francia (de hecho su destrucción se debió a las obras de construcción de la misma en el s.XIX). Vigilaba el paso por el rio Guadalix y su ubicación original coincide con el hito geodésico.
· Torrelaguna: Sabemos de su existencia en pleno casco urbano en el s.XVII, sin embargo hoy en día no queda nada de ella. Se cree que esta atalaya da origen al nombre de la villa.
En torno al rio Guadarrama, se ubican las atalayas de:
· Torrelodones: Situada a la vera de la N-VI, en la carretera que une Torrelodones y Galapagar, en la urbanización Las Marías. Transformada por sucesivas actuaciones en un castillejo que en nada se parece a su original, al que se ha adosado una estructura rectangular. Su excelente ubicación vigilaba el acceso desde el puerto de Valathome a Madrid y al igual que la de Torrelaguna es el embrión que da nombre a la villa.
· La Torrecilla: Ubicada en las estribaciones de la Sierra de Hoyo de Manzanares, vigilaba el paso entre el valle del Manzanares y el del Guadarrama. Generalmente asociada a un atajo para la trashumancia. Apenas se conserva un zócalo de mampostería y varias hiladas de la otrora imponente atalaya del collado de la Torrecilla
Estas dos últimas torres no forman una red, aunque comparten un mismo espacio, se supone que serian puestos avanzados de Madrid y de Calatalifa (Villaviciosa de Odón).
Atalayas de la Comunidad de Madrid
Con la conquista en 1085 de Toledo por las tropas de Alfonso VI, todas estas edificaciones de carácter defensivo caen en desuso y poco a poco se van desmontando y siendo utilizado con otros fines que los inicialmente previstos por Adb al Ramahman III.
Recorrer las rutas que antaño unían las atalayas y contemplar desde su ubicación las excelentes panorámicas que ofrecen. Este es el mejor ejercicio de recreación histórica que podemos hacer, rendir homenaje a estos centinelas que a tantos viajeros han observado, guerreros y caballeros, campesinos y pastores, buscavidas y maleantes que han encontrado refugio en sus muros, al abrigo de tempestades de truenos de cielo y de cañones.
Emergen ahora altivas buscando ser abrigo en pleno siglo XXI, y ser recordadas a nuestro paso como torres que no cayeron, que sobrevivieron a regiones y religiones, a guerras y guerrillas sin perder el norte, ni el sur.

lunes, 15 de octubre de 2012

La batalla de Segovia

Muy pocos de los miles de madrileños que cruzan los fines de semana la sierra del Guadarrama por el puerto de Navacerrada con destino a la Boca de Asno, Los Asientos, La Granja de San Ildefonso o la propia Segovia, tienen conocimiento de los hechos que por estas tierras acaecieron allá por 1937, cuando en plena guerra civil tuvo lugar una cruenta batalla.
El embalse de Revenga y el alto de Cabeza Grande




Es difícil rememorar aquellos días de sangre y fuego mientras observamos el idílico entorno de hoy en día. Centenarios pinos adornan las montañas, mientras el ganado hace suyo el terreno otrora perdido. La quietud del paisaje hoy contrasta con las terribles estampas que se vivieron hace más de 75 años.
En 1937, estabilizado el frente de batalla, las posiciones de los republicanos se sitúan en lo alto de las cumbres: desde el Alto del León, hasta el de Somosierra, cubriendo la vanguardia y el acceso de las tropas franquistas a Madrid por su zona Norte-Oeste. Los sublevados se contentan con mantener la mayoría de las capitales de provincia de Castilla León y esperan que con su gran ofensiva sobre el norte, caigan en su poder las provincias vascas.
En mayo de ese año, el nuevo ministro de Defensa Indalecio Prieto da órdenes para que se prepare una ofensiva sobre la ciudad de Segovia. Con este sorpresivo ataque pretendía por un lado disminuir la presión que estaban sufriendo las tropas republicanas en el norte, haciendo que Franco tuviese que dividir su ejército para apoyar la defensa de Segovia, y por otro conseguir una capital de provincia para la causa republicana (recordemos en este punto que Teruel fue la única capital de provincia ganada para la Republica durante toda la contienda civil).
A pesar de los esfuerzos republicanos por llevar esta ofensiva en secreto, las tropas sublevadas se percataron de que algo se estaba cocinando en el frente de Guadarrama. El continuo tránsito de vehículos y de tropas republicanas por el puerto del León denotaba alguna acción próxima, lo que impulsó que los sublevados reforzaran sus posiciones.
El 30 de Mayo se inicia la ofensiva republicana desde las faldas de de sierra. Las tropas, apoyadas por la aviación republicana, se vuelcan en el asalto de Cabeza Grande, una posición estratégica muy bien fortificada por las tropas franquistas. Más de 300 hombres, bien armados y parapetados aguardan el ataque republicano. La aviación no logra romper la defensa y solo la 31 Brigada logra su objetivo, que no era sino la toma de la carretera de La Granja-Segovia. Sin embargo, el V Tabor de Melilla rechaza a los atacantes que tienen que retroceder a sus posiciones en lo alto de las cumbres.
Tras este primer ataque, que ha supuesto un gran número de bajas por parte de ambos bandos, el efecto sorpresa se diluye y la toma de Segovia se antoja más complicada de lo previsto tras el primer envite.
El 31 de Mayo, la artillería republicana bate sistemáticamente la posición de Cabeza Grande y Cabeza Gatos. Miles de proyectiles impactan en las posiciones franquistas. A continuación la infantería y los carros de combate inician una encarnizada lucha por este cerro, que logran conquistar a mediodía. A esa misma hora los ataques se recrudecen en Cruz de la Gallega, Valsaín, La Pradera, el Cerro del Puerco y el pueblo de La Granja, logrando las tropas republicanas cortar de nuevo la carretera de La Granja-Segovia y acceder a los jardines del palacio de San Ildefonso. En este punto, los sublevados, con el general Varela al frente, logran contener a los republicanos. Dicen las crónicas que el general “invitó” a los heridos leves y a los afectos a la causa a rechazar con cualquier medio a los brigadistas republicanos.
El día 1 de junio las tropas republicanas se dirigen desde Cabeza Gatos a la Casona y el Caserío de Santillana con el objetivo de cortar las comunicaciones entre los defensores de la Granja y Segovia, tomar el cerro de Matabueyes. Con esta acción querían evitar que el Palacio de la Granja se convirtiese en un nuevo Alcázar de Toledo. Sin embargo, el plan republicano quedo en papel mojado ya que la aviación nacional batió una y otra vez las líneas de vanguardia republicanas, haciendo mella de tal forma que ni la artillería, ni la escasísima aviación republicana pudieron dar réplica. El resultado fue desastroso para los republicanos, ya que se retrocedió hasta las posiciones iniciales de antes de la batalla, perdiendo todo el terreno ganado y la emblemática posición de Cabeza Grande.
El día 2 de Junio, las tropas republicanas hicieron un último y desesperado intento para tomar Segovia, aunque las escasas fuerzas y las numerosas bajas causadas en los días anteriores no hicieron más que aumentar la agonía. A pesar de los envites sobre Cabeza Grande con infantería y artillería, todos fueron rechazados y la línea del frente volvió a las cumbres de la Sierra de donde no se moverían hasta el final de la guerra.
Cuando los disparos dejaron de oírse y el silencio ocupó nuevamente el desolador escenario se pudieron cuantificar las bajas producidas por este despropósito: en torno a 1.300 hombres por parte de los republicanos y 1.000 por parte de los nacionales. Los cuerpos inertes de los combatientes quedaban esparcidos por las laderas de Cabeza Grande y Cabeza Gatos. Grandes masas de pinos centenarios fueron arrasados por el fuego y los impactos de los miles de proyectiles que escupieron las armas de ambos ejércitos. Un rastro de muerte y desolación que marcó el devenir de la contienda.
Quizás sea momento de releer a Ernest Hemingway y su “Por quién doblan las campanas” donde recrea parte de la ofensiva republicana, o quizás la novela del recientemente fallecido Horacio Vázquez Rial “El soldado de Porcelana” donde se adentra en la biografía de Gustavo Durán, participante activo de la ofensiva. Ambas lecturas nos darán una visión más certera de los que supone una guerra, allá donde hoy apenas podemos distinguir algunos restos de parapetos, búnkeres, trincheras o casamatas, hace años fueron escenario de la sinrazón.
El descubrir los antiguos lugares de contienda es un ejercicio no solo físico sino mental, que nos ayuda a comprender por qué tras las huellas de la destrucción y la guerra siempre vencerá la vida y la paz. Arboles y matorrales borrarán nuestras huellas pero nunca nuestra memoria.