lunes, 15 de octubre de 2012

La batalla de Segovia

Muy pocos de los miles de madrileños que cruzan los fines de semana la sierra del Guadarrama por el puerto de Navacerrada con destino a la Boca de Asno, Los Asientos, La Granja de San Ildefonso o la propia Segovia, tienen conocimiento de los hechos que por estas tierras acaecieron allá por 1937, cuando en plena guerra civil tuvo lugar una cruenta batalla.
El embalse de Revenga y el alto de Cabeza Grande




Es difícil rememorar aquellos días de sangre y fuego mientras observamos el idílico entorno de hoy en día. Centenarios pinos adornan las montañas, mientras el ganado hace suyo el terreno otrora perdido. La quietud del paisaje hoy contrasta con las terribles estampas que se vivieron hace más de 75 años.
En 1937, estabilizado el frente de batalla, las posiciones de los republicanos se sitúan en lo alto de las cumbres: desde el Alto del León, hasta el de Somosierra, cubriendo la vanguardia y el acceso de las tropas franquistas a Madrid por su zona Norte-Oeste. Los sublevados se contentan con mantener la mayoría de las capitales de provincia de Castilla León y esperan que con su gran ofensiva sobre el norte, caigan en su poder las provincias vascas.
En mayo de ese año, el nuevo ministro de Defensa Indalecio Prieto da órdenes para que se prepare una ofensiva sobre la ciudad de Segovia. Con este sorpresivo ataque pretendía por un lado disminuir la presión que estaban sufriendo las tropas republicanas en el norte, haciendo que Franco tuviese que dividir su ejército para apoyar la defensa de Segovia, y por otro conseguir una capital de provincia para la causa republicana (recordemos en este punto que Teruel fue la única capital de provincia ganada para la Republica durante toda la contienda civil).
A pesar de los esfuerzos republicanos por llevar esta ofensiva en secreto, las tropas sublevadas se percataron de que algo se estaba cocinando en el frente de Guadarrama. El continuo tránsito de vehículos y de tropas republicanas por el puerto del León denotaba alguna acción próxima, lo que impulsó que los sublevados reforzaran sus posiciones.
El 30 de Mayo se inicia la ofensiva republicana desde las faldas de de sierra. Las tropas, apoyadas por la aviación republicana, se vuelcan en el asalto de Cabeza Grande, una posición estratégica muy bien fortificada por las tropas franquistas. Más de 300 hombres, bien armados y parapetados aguardan el ataque republicano. La aviación no logra romper la defensa y solo la 31 Brigada logra su objetivo, que no era sino la toma de la carretera de La Granja-Segovia. Sin embargo, el V Tabor de Melilla rechaza a los atacantes que tienen que retroceder a sus posiciones en lo alto de las cumbres.
Tras este primer ataque, que ha supuesto un gran número de bajas por parte de ambos bandos, el efecto sorpresa se diluye y la toma de Segovia se antoja más complicada de lo previsto tras el primer envite.
El 31 de Mayo, la artillería republicana bate sistemáticamente la posición de Cabeza Grande y Cabeza Gatos. Miles de proyectiles impactan en las posiciones franquistas. A continuación la infantería y los carros de combate inician una encarnizada lucha por este cerro, que logran conquistar a mediodía. A esa misma hora los ataques se recrudecen en Cruz de la Gallega, Valsaín, La Pradera, el Cerro del Puerco y el pueblo de La Granja, logrando las tropas republicanas cortar de nuevo la carretera de La Granja-Segovia y acceder a los jardines del palacio de San Ildefonso. En este punto, los sublevados, con el general Varela al frente, logran contener a los republicanos. Dicen las crónicas que el general “invitó” a los heridos leves y a los afectos a la causa a rechazar con cualquier medio a los brigadistas republicanos.
El día 1 de junio las tropas republicanas se dirigen desde Cabeza Gatos a la Casona y el Caserío de Santillana con el objetivo de cortar las comunicaciones entre los defensores de la Granja y Segovia, tomar el cerro de Matabueyes. Con esta acción querían evitar que el Palacio de la Granja se convirtiese en un nuevo Alcázar de Toledo. Sin embargo, el plan republicano quedo en papel mojado ya que la aviación nacional batió una y otra vez las líneas de vanguardia republicanas, haciendo mella de tal forma que ni la artillería, ni la escasísima aviación republicana pudieron dar réplica. El resultado fue desastroso para los republicanos, ya que se retrocedió hasta las posiciones iniciales de antes de la batalla, perdiendo todo el terreno ganado y la emblemática posición de Cabeza Grande.
El día 2 de Junio, las tropas republicanas hicieron un último y desesperado intento para tomar Segovia, aunque las escasas fuerzas y las numerosas bajas causadas en los días anteriores no hicieron más que aumentar la agonía. A pesar de los envites sobre Cabeza Grande con infantería y artillería, todos fueron rechazados y la línea del frente volvió a las cumbres de la Sierra de donde no se moverían hasta el final de la guerra.
Cuando los disparos dejaron de oírse y el silencio ocupó nuevamente el desolador escenario se pudieron cuantificar las bajas producidas por este despropósito: en torno a 1.300 hombres por parte de los republicanos y 1.000 por parte de los nacionales. Los cuerpos inertes de los combatientes quedaban esparcidos por las laderas de Cabeza Grande y Cabeza Gatos. Grandes masas de pinos centenarios fueron arrasados por el fuego y los impactos de los miles de proyectiles que escupieron las armas de ambos ejércitos. Un rastro de muerte y desolación que marcó el devenir de la contienda.
Quizás sea momento de releer a Ernest Hemingway y su “Por quién doblan las campanas” donde recrea parte de la ofensiva republicana, o quizás la novela del recientemente fallecido Horacio Vázquez Rial “El soldado de Porcelana” donde se adentra en la biografía de Gustavo Durán, participante activo de la ofensiva. Ambas lecturas nos darán una visión más certera de los que supone una guerra, allá donde hoy apenas podemos distinguir algunos restos de parapetos, búnkeres, trincheras o casamatas, hace años fueron escenario de la sinrazón.
El descubrir los antiguos lugares de contienda es un ejercicio no solo físico sino mental, que nos ayuda a comprender por qué tras las huellas de la destrucción y la guerra siempre vencerá la vida y la paz. Arboles y matorrales borrarán nuestras huellas pero nunca nuestra memoria.

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